Randy Weston, piano
Alex Blake, contrabaix
Neil Clarke, percussió
Postals afrocubanes. Als seus 85 anys, Randy Weston continua sent aquell músic enamorat d'Àfrica. Ni un alè de renúncia, ni un moment de dubte en el seu concert a la sala Luz de Gas. Sorprèn la seva infatigable tasca evolutiva que ha portat el seu trio a una comunió de ritmes directament emparentats amb els reivindicatius 60 i 70, amb la referència Thelonious Monk sempre present.
Per al concert de Barcelona, va dur un equipatge ple de romanticisme. Amb un to gairebé messiànic va dir que la música és, i ha estat, el primer llenguatge de l'home, fins i tot abans que la paraula. Va ser un concert d'introduccions monkianes, d'acords truncats i de percussió hipnòtica. D'abraçades constants als ritmes d'un Marroc somiat, i de suggerents detalls des de la percussió. Per començar va mostrar peces més properes a aquest món ideal, retratat en aquest sol del desert, un sol grandiós quan clareja. Un món ideal.
Envoltat d'aquest món idíl·lic, el trio es va capbussar en una successió de solos connectats a la música cubana, parent més proper del nostre jazz modern, però arrelats totalment en el món africà. Una fusió subtilment teixida. Un compendi de la història del jazz. En aquest moment ja va destacar la disposició del fidel Alex Blake assegut amb el contrabaix inclinat entre les cames. Una postura fins i tot irreverent per a algun purista, però que va permetre centrar les mirades en un instrument normalment amagat en la discreció. Blake va cantar les seves pròpies notes, percudí les cordes, les va gratar amb energia, i va colpejar amb el peu fins que, contrabaix inclòs, es va erigir en un percussionista més. La mateixa sobreactuació que alguns li van retreure va donar vida al concert, va divertir i va obligar Neil Clarke a multiplicar-se en el seu "set" de timbals i ginys diversos, presidit per un trio de congues revelador.
El concert va arribar al seu zènit amb "African sunrise", una peça del encimbellat disc "The Spirits of our Ancestors" dedicada a Dizzy Gillespie i Chano Pozo. En ella es va presentar sense màscares el món cubà, i la lírica caribenya va imposar la seva llei. Van ser uns 20 minuts emocionants. Quan va acabar, la veu fonda de Weston va haver de tallar l'allau d'aplaudiments per presentar el final de la vetllada. Va anunciar una introducció amb la peça "African Lady", permetent un merescut descans als seus sidemen per a incorporar-los després a "Blue Moses". Va ser un final de la mà del blues brillantment fusionat amb els ritmes gnawa, una de les riqueses del Magrib amb les que tant ha viatjat Randy Weston els últims anys. La sala, tota dempeus, va demanar el bis i vam acabar tots picant de mans sota la direcció de Blake, i un somriure d'orella a orella. Feliços 85.
Postales afrocubanas. A sus 85 años, Randy Weston continúa siendo aquel músico enamorado de África. No pudimos verle ni un soplo de renuncia, ni un momento de duda en su concierto en la sala Luz de Gas. Sorprende su infatigable labor evolutiva que ha llevado a su trío a una comunión de ritmos directamente emparentados con los reivindicativos 60 y 70, con la referencia Thelonious Monk siempre presente.
Para su concierto en Barcelona, se trajo un equipaje lleno de romanticismo. Con un tono casi mesiánico dijo que la música es, y ha sido, el primer lenguaje del hombre, incluso antes que la palabra. Fue un concierto de introducciones monkianas, de acordes truncados y de percusión hipnótica. De abrazos constantes a los ritmos de un Marruecos soñado y de sugerentes detalles desde la percusión. Para empezar mostró piezas más cercanas a ese mundo ideal, retratado en ese sol del desierto, un sol que amanece grandioso. Un mundo ideal.
El trío se zambulló entonces en una sucesión de solos conectados a la música cubana, pariente más cercana de nuestro jazz moderno pero enraizados totalmente en el mundo africano. Una fusión sutilmente tejida. Un compendio de la historia del jazz. En ese momento ya destacó la disposición del fiel Alex Blake sentado con el contrabajo inclinado entre las piernas. Una postura incluso irreverente para algún purista que otro, pero que permitió centrar las miradas en un instrumento normalmente sumido en la discreción. Blake cantó sus propias notas, percutió las cuerdas, las rascó con fiereza, y golpeó con el pié hasta que, contrabajo incluido, se erigió en un percusionista más. La misma sobreactuación que algunos le reprocharon dio vida al concierto, divirtió y obligó a Neil Clarke a multiplicarse en su “taller” de percusionista presidido por un trío de congas revelador.
Para su concierto en Barcelona, se trajo un equipaje lleno de romanticismo. Con un tono casi mesiánico dijo que la música es, y ha sido, el primer lenguaje del hombre, incluso antes que la palabra. Fue un concierto de introducciones monkianas, de acordes truncados y de percusión hipnótica. De abrazos constantes a los ritmos de un Marruecos soñado y de sugerentes detalles desde la percusión. Para empezar mostró piezas más cercanas a ese mundo ideal, retratado en ese sol del desierto, un sol que amanece grandioso. Un mundo ideal.
El trío se zambulló entonces en una sucesión de solos conectados a la música cubana, pariente más cercana de nuestro jazz moderno pero enraizados totalmente en el mundo africano. Una fusión sutilmente tejida. Un compendio de la historia del jazz. En ese momento ya destacó la disposición del fiel Alex Blake sentado con el contrabajo inclinado entre las piernas. Una postura incluso irreverente para algún purista que otro, pero que permitió centrar las miradas en un instrumento normalmente sumido en la discreción. Blake cantó sus propias notas, percutió las cuerdas, las rascó con fiereza, y golpeó con el pié hasta que, contrabajo incluido, se erigió en un percusionista más. La misma sobreactuación que algunos le reprocharon dio vida al concierto, divirtió y obligó a Neil Clarke a multiplicarse en su “taller” de percusionista presidido por un trío de congas revelador.
El concierto llegó a su zénit con “African sunrise”, una pieza del encumbrado disco “The Spirits of our Ancestors” dedicada a Dizzy Gillespie y Chano Pozo. En ella se presentó sin máscaras el mundo cubano, y la lírica caribeña impuso su ley. Fueron unos 20 minutos emocionantes. Cuando terminó, la voz grave de Weston tuvo que cortar el alud de aplausos para presentar el final de la velada. Anunció una introducción con la pieza “African Lady”, permitiendo un merecido descanso a sus sidemen para incorporarlos después en “Blue Moses”. Fue un final de la mano del blues brillantemente fusionado con los ritmos gnawa, una de las riquezas del magreb con las que tanto ha viajado Randy Weston en los últimos años. La sala, en pié, pidió el bis y acabamos todos dando palmas sincopadas bajo la dirección de Blake, y una sonrisa de oreja a oreja. Felices 85.
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