
Recién llegados de diferentes partes del globo y desconectados entre sí durante algunas semanas, a los tres magos les bastó con la prueba de sonido para cocinar una actuación sobresaliente. Una vez en escena no dieron tregua. El set que presenciamos transcurrió como una exhalación. Creo que Jeff Ballard ni tan solo se había sentado, cuando dio los primeros toques de la pieza que abría la velada, Bibi de Lionel Loueke. Tantas cosas se dijeron que no habrá bagaje suficiente en este cronista para contarlas. Aunque lo intentaré, por supuesto.

Los cinco temas que conformaron la actuación se presentaron bajo el prisma del ritmo de raíz étnica, ya sea procedente de África, ya sea de Oriente Medio. Tan sólo una bella deconstrucción del estándar de Bill Evans “Blue in Green”, con introducción magistral de Miguel Zenón, conservó algunos patrones cercanos al bop. La pieza acabó confluyendo en una canción marcada por la sorprendente voz de Lionel Loueke. Lo menos atrayente que se puede decir del guitarrista beninés es que, en sus dúos con Zenón, su pulsación pareció más la de un instrumento de viento, que no la de una guitarra. Finísimo. En lo demás, se multiplicó para suplir el papel del bajo ausente.
Cuando nuestro subconsciente se dejaba llevar totalmente rendido, nos presentaron Gaita, una pieza importada desde Irán por Miguel Zenón quien, mediante un discurso técnicamente muy exigente, nos sumergió en un perfume arábigo tonificante. Fue un curso de compenetración a un nivel muy alto por parte de los tres solistas. El genio de Lionel Loueké y el juego de sonidos tribales a los que nos sometió Jeff Ballard acabaron por redondear una velada extraordinaria.
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